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Tema: Eva [Back to Black] Dom Jun 30, 2013 8:30 am
Eva Black
Nombre Completo: Eva Black
Edad Aparente: 29 años
Arquetipo: Demonio
Aura: Vanidad
Orientación sexual: Bisexual
Rango: Iniciado
Descripción Física
Eva es felina, esbelta y grácil. Su cuerpo parece encarnar esa amenaza muda, silenciosa y cortante, en cada movimiento. Delgada, de piel morena y cabello arenoso, siempre despeinado, corto, rebelde, y aún así suave y delicado. Su figura, estrecha, parece poner en entredicho el canon femenino sin llegar a resultar andrógina. Como esa "Eva" primaria es toda una mujer.
Proporcionada, de apenas 1,70. Su cuerpo alberga el dilema de parecer frágil luchando en contra de sus ojos y su lenguaje corporal, reflejos de su fuerza y personalidad. Muñecas finas, marcadas. Manos que fueron débiles y suaves y ahora se muestran prácticas. De palmas anchas y dedos fuertes que no renuncian, ahora desafían. Someten y se burlan, manos que ahora acarician, no sólo con las yemas, sino dejando marca, uñas sobre la piel.
Todo en ella parece sibilino, afilado, despreocupadamente desafiante. Altivo.Pero ante todo, destaca el cobre fiero en su mirada, oscura, curtida. Como la madera que arde, seca, ansiosa por la chispa que logre despertarla.
De labios llenos y sonrisa sinuosa, el veneno de su lengua sólo se atisba en su postura, en el rictus sereno y soberbio con el que encara al mundo.
Descripción Psicológica
¿Cómo describirías el fuego? Impetuoso, voluble, obsesivo, destructivo en su euforia, insaciable, asfixiante. Ardiente, intenso, caótico. Dañino. Dentro, Eva siempre está en llamas. Su ambición la consume y la impulsa, arrojándola contra el mundo, también contra sí misma. Eva siempre quiere algo. Siempre tiene objetivos. Siempre desea, siempre busca, casi siempre consigue.
Es una fuerza desbocada, una erupción, una cascada, el error que se convierte en avalancha y crece, crece y crece, sin remedio. Es la confianza herida del que sabe que ha vencido perdiendo parte de sí mismo. La arrogancia del que aún así, partido, se siente victorioso.
Acostumbrada al liderazgo su personalidad es llamativa, segura y carismática. Una de esas personas que siempre saben cómo deben comportarse, una aristócrata, una protagonista nata. Usó cada palabra y cada nota de sus melodías para conmover, para alcanzar los corazones de los otros. Ahora, Eva conquista. Toma. Brilla como las joyas, se exhibe y contonea. Juega, disfruta. La modestia no existe cuando cuando eliges celebrarte a ti mismo.
Es un animal social, una diva capaz de manejar las situaciones, de concebir las realidades como un simple escenario, "parte del juego", mera actuación. Ni siquiera necesita mentir, Eva es capaz de creer lo que dice... sólo durante el rato.
No concibe la lealtad salvo enfocada hacia uno mismo. No cree en nada ni en nadie y el "alma" es ahora sólo la baraja que tuvo que apostar en una mano que perdió... sin arrepentimientos.La moral es un yugo. La prisión de los débiles, necesidad, esclavitud y pérdida. Innecesario. Indeseable. ¿Por qué? ¿Por qué ponernos límites? La vida es sólo aquello que te permites desear. Todo comienza siempre con un sueño. Hacerlo realidad es sólo una elección. Y Eva ha elegido.
Es hedonista, ama tener razón, disfruta arrebatando éxitos y sabe saborear la admiración. No la deslumbran los piropos, pero sigue apreciándolos pues su ego nunca los desdeña. Es atrevida, nunca ha sentido miedo salvo al "arrepentirse por no haberlo intentado". Considera la culpa una atadura y el cuerpo una herramienta más. La soledad le aburre, las compañías no deseadas pueden hastiarla y encuentra los misterios fascinantes.
Se deleita en el lujo y en la posición, en lo exquisito de lo terrenal y el beso del rencor, profundo, denso y duro. El riesgo es capaz de conquistarla, el peligro enciende sus sentidos. Se crece ante la adversidad y si se rinde, sólo está fingiendo.
Es feral y feroz, primitiva. No entiende de promesas, sólo importan los hechos. Manipular las mentes es adictivo como un tablero de ajedrez que siempre cambia. ¿Quién gana las partidas? Sólo el que menos ha apostado. El éxito es cuestión de expectativas.
Odia perder y no está acostumbrada. Se considera demasiado inteligente para dejar pasar las "oportunidades" y en realidad, su astucia le ha permitido salir airosa en demasiadas ocasiones. Tal vez, tan sólo sea que es capaz de encajar. Que viste sus heridas con la misma mirada, serpentina, que encara en el espejo.
Es creativa, su sensibilidad siempre resulta refrescante. Posee los gustos refinados que ofrece la cultura ganada año tras año, alimentada verso a verso, cimentada línea a línea en cada pentagrama. Ama la música, de un modo absurdo, casi desesperado, como esa lengua madre que todo niño acuna dentro de su pecho, y crece junto a él. Antes, la música le hablaba de armonía, era su idea de Dios, la bondad en el mundo, la conexión que todos compartíamos, la "canción única"... Ahora, disfruta de las riendas entre sus dedos. Ahora interpreta, exige, doma. Ahora, la música es una herramienta. Y el poder es su mente. La emoción que refleja, nota a nota, hasta teñir la propia esencia con ideas, evocadas, escogidas imágines que poblan a su público.
Es sensual y no duda en decir lo que quiere o exigirlo. Puede llegar a complacer, siempre que éso la complazca. Comprende la dulzura y puede usarla, si resulta adecuado -y ventajoso-. La ternura en exceso la empalaga, y encuentra la obediencia necesaria, pero más rutinaria que la rebeldía.
Es inconstante y la novedad suele atrapar sus sentidos y sus apetitos.
Y ante todo, pese a todo, frente a todo... su corazón sigue latiendo al ritmo exacto y estancado de aquella Sarabande compartida... porque la música puede tener un rostro. Porque sin alas y vestida de rojo, la intensidad de sus pasiones no ha menguado. Porque el amor perdura, incluso en el Infierno.
Historia
Una vez, hace tiempo, Eva no me habría hablado de ella misma. Sonreiría, con esa humildad natural, fácil, y me hablaría de otros. De esas figuras en la historia, siempre mártires, que hicieron “algo” con sus vidas. Que ayudaron. Que cambiaron el mundo.
Ahora, ella y yo sabemos que es el mundo el que cambia tu alma. No sucede al revés. No... es el pecado, en todas partes, en todas las miradas, en cada pensamiento, envenenando la inocencia de los niños. Que crecen, día a día, alimentados secreto a secreto, hasta entender esta realidad sucia, el presente manchado que los adultos saben llamar rutina.
Ahora, Eva bebe un martini y me mira. Sus ojos parecen más oscuros, más felinos, densos y acuosos, como un bombón que se derrite. Como la Coca-Cola, burbujeantes como el Capitalismo. Todo promesas.
Es ella la que dicta el ritmo, la que ha escogido las preguntas, la que me mira y me desarma. Yo sólo escribo, como un escriba que relata lo que su amo ha escogido narrar. Es su terreno. Lo tiene todo controlado. Me controla, también a mí. Está jugando. Todo es un juego. Parece divertirse.
Sudo. Llevo años sin recibir una exclusiva. Ella me conoce. De antes... antes de todo ésto. Antes de hacerme viejo. De ya “no ser noticia”. Antes de que el mundo nos cambiase. A ambos. Ella me conocía, cuando era joven y luchador. Y ahora, sabe leer en mi alma el dolor y el orgullo herido de un periodista desesperado que roza los 50 y vendería a su madre por conseguir una portada. Somos el titular: “Entre el cielo y el infierno”. Pero no es sobre el Limbo. Somos nosotros. Ese pub es una simple excusa y ambos lo sabemos.
Ha cambiado. Su belleza serena es ahora una declaración de fieros apetitos. Me intimida. Me gusta sentirme intimidado. Ella lo sabe. Se mueve con la seguridad de una leona, rozando sus tacones contra mis pantalones. Paso mis manos por la nuca y trato de parecer profesional, evitando temblar o tamborilear los dedos sobre la mesa, de cristal, que nos separa.
Este local es frío y moderno. Minimalista. Descarnado. “Una sucursal del placer”, ella lo llama. Lo anoto en la libreta, me parece una metáfora adecuada. Tiene algo... de banco, vacío, desolado, susurrando oportunidades... y algo de sirena, rojiza y elegante, de labios sugerentes y voz suave, calmada, segura. Como ella. El Limbo es su reflejo. El de ahora. Nada que ver con esa chica, joven, sencilla, que sólo deseaba tocar. Llegar hasta otros corazones mezclada con la melodía.
No. Esta Eva es distinta. Vistosa. Deslumbrante. Esta Eva brilla, como una luz hipnótica que te hace errar el paso. Hay algo en ella... hambriento. Peligroso. Cuando sonríe mi vientre se estremece. Me excita. Me asusta. Es... como el sonido de esas bandas sonoras que hacen agitan tu cuerpo en el sillón. Disonante. Llamativa y errónea. Imperfecta. Carnal.
Apenas he escrito unos renglones. No puedo concentrarme. Acaricia mi espalda suavemente, reclama mi atención en ese cuadro de la esquina, habla de materiales y acabados, de alcohol de importación. Oigo mis propios latidos, erráticos, confusos.
Me ofrece un poco de agua, pero deja el Four Rouses sobre la mesa. Casual. Ambos sabemos que llevo años sin probarlo. Ambos sabemos que no debo aceptar. Por éso no me invita... Pero lo deja ahí. A mi alcance.
Tengo sed. Recuerdo cada día sobrio. Los escalones. Las reuniones. La vergüenza. Trago el agua hasta dejar que los hielos me quemen los labios. Me muero por una sola gota. Ella me mira, no añade comentarios. No juzga. Observa. Ambos nos preguntamos si caeré.
Resisto, por ahora, aferrando mis manos al cuaderno. Mis nudillos blanquean y trato de encontrar una pregunta. Cualquiera.
- ¿Eres feliz ahora?
Me siento estúpido. La miro. La observo. El éxito parece dibujar su cuerpo, como el vestido negro que ciñe sus caderas y me muestra su pecho, insinuado. Seda, sobre la piel. Desnuda. Trago saliva. Mis ojos se esconden de ella. Vuelven a la botella.
Sé que sigue mirándome. Aún no me ha respondido. Está pensando su respuesta. Buscándola. Utilizo ese lapso, minutos suspendidos, recordándola. Antes. 19 años, un don entre los dedos. Todo el anfiteatro aplaudiendo. Su rostro. La solitaria lágrima bañando su mejilla. La emoción, encarnada. El blanco, puro, recatado, en su vestido largo. Aún recuerdo sus ojos, cautivados. Agradecidos. Como si no lograra comprender que el público la amaba. Como si no entendiera que la música fluía de ella, desde dentro.
Ahora lo sabe. Lo siente. Lo percibo. Esa... fuerza, orgullosa. Sí. Lo sabe. Ya no está agradecida. Todo en ella parece gritar “es mío por derecho”. Es cierto. Es suyo. La música es su esclava. Ella retuerce sus caricias en las cuerdas y el chelo se deshace. Vibra. Llora. Grita. Doma la melodía con cada yema. Eriza los sentidos. Embriaga.
No hay nada en Eva humilde. Ya no. No hay nada suave. Nada escondido. No hay timidez. Y soy capaz de recordar que tartamudeaba cuando grababa nuestras conversaciones. El tiempo pasa. La gente cambia. Crece. Eva ha crecido.
Me responde en susurros, y se sirve una copa. Frente a mí. Toma mi vaso, con mis hielos, y vierte el whiskey sin rodeos, hasta que mi mirada naufraga en el caoba. La odio. Lo sabe. Me sonríe y se moja los labios.
- No. Nadie es feliz. Pero ahora soy yo misma.
“Nadie es feliz”. Quiero probarlo. El brillo de sus labios, húmedos, seca mi boca. Apoyo las dos palmas en la mesa. La reto. Me reta. Ya he perdido. Soy un anciano en ciernes en una ciudad que devora a los débiles. Sabe que ruego. No necesito suplicar. Ella lo sabe. Me humilla su silencio.
- Sólo he concedido esta entrevista.
La ansiedad oprime mi interior. Ella me mira, fijamente. No pestañea. Siento que puede ver en mi interior. Eva ve mis frustraciones. Mi decepción. Mi fracaso. Lo ve. Lo sabe. Me conoce. Me ha visto marchitar. ¿Es eso florecer? La observo. Es una rosa con espinas. La joven amapola dejó de ser. Sólo nos queda el opio. La morfina. Adictiva y mortal.
- Gracias.
Niega, con la gracia aristócrata de las grandes familias. Aún recuerdo su acento afrancesado, meses después de llegar a Las Vegas. No... ya no es de Québec. Es sólo la manzana entre los dedos de esta ciudad podrida. Eva. Su nombre es el último guiño. La ironía me consume.
Sigo teniendo sed. Ella sigue mirándome. El tiempo parece suspendido. Sonríe. Algo más negro, en su mirada, parece ir avanzando. Es... triste. Hueco. El reflejo vacío de su interior parece inmenso. Abrupto. Compartido. Sí... puedo reconocer su soledad. El agujero negro en su mirada.
- Hemos cambiado, Bryan.
Asiento. Ahora soy yo quién la sonríe. Su rostro es serio. Firme. Estoico. Duele mirarla. Duele... existir. Duele tener la boca seca, los dedos flexionados. Duele continuar renunciando. Siento la ira. Crece. ¿Por qué? ¿Por qué luchar? ¿Por qué he cambiado? Me robaron mi vida.
- No es culpa tuya, Bryan.
Mis ojos brillan. Ella lo recuerda. Llevo mis manos a mi rostro. Me derrumbo. Ahogo un sollozo con el último aliento de dignidad. Se pone en pie. Acaricia mi hombro, nuevamente. Un escalofrío me recorre.
- Te dieron la espalda, Bryan. Ellos. Los apoyaste. Los conociste. Les abriste tus brazos. Siempre estuviste ahí. Pero... no fue suficiente. No te aceptaron. Te juzgaron. Con sus reglas. Siempre sus reglas...
Noto el veneno en sus palabras. La hiel en mis entrañas. El pasado nos rodea y vuelvo a aquellos días. Mi trabajo... Mi despacho. Su admiración. Su respeto. Y... y el sabor ocre en mi garganta. Los bares. La noche. Las resacas. Sentirme enajenado, vivo. Sentirme demacrado, muerto. El alcohol en mi cuerpo. La desgana. La euforia. Esa anestesia, débil, en cada decisión. Mis sentidos, dormidos.
Y la recuerdo a ella. Junto a su amiga. Sí. Recuerdo sus palabras. Su apoyo. Las noches de vigilia mientras me acompañaban. Como dos ángeles. Sin juicios. A mi lado. Sobrio y ebrio, su puerta abierta. Su mente, abierta.
Eva me mira. Hay una llama en sus pupilas que no conozco. La sed parece apoderarse de mi boca. Intento hablar, sella mis labios con sus dedos.
- Yo creo en ti, Bryan. Sé que puedes hacerlo.
Sonrío. Mis ojos se humedecen. Asiento... El mundo parece pesar. El pasado parece pesar. Su apoyo me libera, ligero. Acaricio su mano, sintiéndome... ¿amado? ¿comprendido? El roce de su piel hace que la mía cobre vida.
- Vamos a celebrarlo, Bryan. Creo en ti. Tú puedes controlarlo. Sólo una copa. Por el futuro. Por tu futuro. Y el éxito.
Es cierto. Puedo hacerlo. Llevo años sin beber. Será sólo una copa. Una exclusiva. Una portada. Puedo hacerlo.
Extras
Eva ama...
Su chelo y el llanto agudo de sus cuerdas cuando acaricia el cielo, que no han logrado arrebatarle. La música, todas las partituras, el sonido perfecto de los tonos de voz, instrumentos innatos. Lo clásico, lo dramático, la cultura bohemia y el encanto patético e intenso que envuelve lo romántico.
La seda, la suavidad y el lujo. El negro, el rojo, el blanco, el contraste en su piel y en los ambientes. La ropa de corte formal, "siempre de gala", como si cada noche fuera siempre "su concierto".
La madera, el incienso, el oro y el tabaco. El coñac y las pasas: Lo dulce, empalagoso. Lo marchito y lo etéreo. Chocolate y naranja. Las rosas y las alas, arrancadas, de cada mariposa que ha sido torturada y... ha perdido.
La espera, la anticipación, el "juego", la paciencia escogida, la "jugada perfecta", el ajedrez, caoba.
El olor juvenil, núbil, perfecto y limpio... de una piel en concreto. El azul decorándola. La fantasía, perpetua, de ese sabor a sal, prohibido, poso de su sudor.
Lo femenino. Lo desatado. Los cerrojos abiertos, las llaves en las manos, las cadenas quebradas. Su propia libertad, oscura y mancillada. Elegir, cada día. Reinar en el Infierno.
Eva odia...
Los límites. Las reglas. La jerarquía. Cada sucio consejo indeseado. La compasión, condescendencia enmascarada. La culpa, las reservas. "El qué dirán". La sociedad. Lo débil. Lo vulnerable y frágil, la cobardía, la prudencia... la renuncia. Los sacrificios, los mártires, los héroes.
Las copias, lo insulso, lo vacío. La música que no recuerdas. El ruido. Las promesas. El eco del silencio, repetido. Los juicios y los jueces. La humildad, la generosidad, el altruísmo.
Los halos en los otros. Los ángeles. Los niños.
La inocencia, capaz de cautivarla, todavía, cuando se trata de ella.