Las seis de la tarde, se miró en el espejo y sonrió frente a su aspecto, atusándose por última vez los cabellos para terminar de darles la forma deseada. Se levantó con su bata de seda sobre su desnudo cuerpo y andó hasta el armario el que abrió para observar el mismo, ¿qué se pondría? Sacó un vestido blanco y otro negro, dudando mirándolos tendidos sobre la cama. Hoy no sería la envidiosa, hoy sembraría la envidia a su paso por lo que finalmente se puso el negro, ajustado a su cuerpo. Se subió en los zapatos con tacón a conjunto y se puso algo de joyería encima, agarró su bolso y encaminó hacía el casino.
Mientras paseaba por aquella Venecia ficticia intentaba que el mundo la viera como una diosa, la envidiara por su figura, por su porte, por su seguridad. Llegó al casino y lo observó después de identificarse. ¿Por dónde debería empezar? Se mordió el labio sugerentemente y empezó a andar. Ruleta, mesa de poker, black jack... Tantas y tantas posibilidades se le abrían a los ojos que estaba indecisa. Se dispuso a pasear en busca de algún alma que estuviera dispuesta a perderlo todo por solo sentir que puede alcanzar el cielo y la gloria de los poderosos solo con la punta de sus dedos. Sonrió, divertida ante esa imagen. Debía esforzarse, quería agradar a su maestro, a quien la convirtió en demonio.
Ahora una mesa, ahora la otra, ahora la siguiente y la de más allá. Buscaba perdedores, esas almas perdidas que desean ser quien gana, ser quien triunfa y no más un mediocre, un perdedor. Podía buscar esas almas en la calle, en Off-Strip pero... estaba fascinada por el lujo, por el dinero, por el poder. Ese poder que le había sido vedado desde su nacimiento de forma completamente injusta. Ahora tenía lo que quería pero no era suficiente, lo sabía, lo sentía. Quería más porque lo envidiaba. Mientras se paseaba por el lugar observó a una persona que se levantaba de una mesa y decidió acercarse aunque antes tropezó con otra.