¿Qué música era ésa? Espera, Hollow. ¿Has ido a la Ópera? ¿Qué coño? ¿Un violín puede sonar así? ¿Eso es un susurro? ¿Un distorsionador de voz? ¡Arriba las manos, esto es un atraco!

Todo parecía más rosa, más rápido y con menos sentido desde el último trago. Muy probablemente la combinación con la bencedrina tendría mucho que ver. Pero tenía receta médica. ¿No estaba claro que era tan sólo un hombre al borde de la depresión que había sido engañado por su pareja? Esto era sólo parte del tratamiento. Curación con dos hielos. Sin duda, ese ardor en los labios le hacía olvidar cualquier pasado. Todo. Espera. ¿Y mi nombre? Eso no importa, Hollow.

Mi mirada se perdió en ese cabello imposible, el talco y el carmín, los corsés y la ¿música? que empañaba el lugar, rodeado de oyentes más o menos adulterados, enajenados como yo, ya fuera por los fármacos o aquel efecto "fan" que nunca había entendido.

Era sin duda uno de los conciertos más raros a los que había acudido. Y siendo gay y periodista eso es mucho decir. ¡Aprende, Lady Gaga! ¡El rosa sienta bien!

Ah, espera. Era éso. Por éso había venido, ¿no? Debía cubrirlo y escribir un artículo. Claro. Porque yo escribo, ¿no? Sí. Ya veo los titulares: Muñecas rotas. Me sentí dentro de una caja de música macabra, y sin saber cómo detenerlo moví los pies, las manos, la cabeza. Mi pelo parecía igual de poseído que la artista.

Éramos una marea rosa y convulsa, moviéndose al compás de una sinfonía errática. Demasiado imperfecto para no resultar casi extático. Joder, me encantan los errores.

Mil sudores después, puede que un par de copas, muchos gritos y aplausos, el "concierto" o esa función catártica se fue apagando. Y recobré parte de mi consciencia, aún embotada, pero susurrando palabras poco a poco.

Adrien, tienes que ir al backstage. ¿Al back qué? Bueno, me gustan las espaldas... Vamos, amigo, sólo unos pasos más hasta aquellas cortinas. Siempre se esconde algo que me interesa detrás del terciopelo. Puedo hacer un esfuerzo. Vamos, guerrero.

Mi sonrisa de soy un tipo genial me sirvió menos que aquel pase de prensa, que Dios quiso mantener alrededor de mí, incluso a pesar de los brincos, el vodka y el esfuerzo. Pero aún así, los dos armarios me dejaron pasar. Yo llevo tiempo "fuera", chicos. Soy todo un campeón.

Más pasillos oscuros, peligros infinitos retrasando cruelmente a este valiente caballero rozando las paredes, más borracho que sobrio. Cuando llegué por fin, como un héroe de cuento que busca a su dragona -no me van las princesas- hasta su camerino, di sólo un dócil toque de nudillos como presentación.

- Señorita, A. Hollow se presenta ante vos, para servirla. Y escribir unas líneas. Si puedo.

Y reí, sabiendo claramente que no pedía permiso, yo sólo era sincero midiendo mis reflejos y mi pulso, aún embriagado.

Cuando me abrí la puerta su pelo parecía refulgir, desatado, con ese tono intenso y antinatural. ¿Serían así una sirena de Las Vegas? Yo no era -nunca fui, en realidad- un viril marinero. Pero sentí las olas sólo con centrar mi mirada en su rostro.

Era definitivamente exótica. Extraña. Excéntrica. Muy bien, Hollow. Aún recuerdas sinónimos. Sonreí, eclipsado o tal vez aún encaprichado por las drogas y el alcohol, ese otro canto ilícito que sabía dominarme, venenoso y satisfactorio, hasta llegar a la resaca.

Oí su voz y así, sin música, me resultó mucho menos inquietante. Una ilusión sin máscaras, volviéndose tangible. Avance algunos pasos, adentrándome en ese camerino, sin los lujos o excesos que uno podía esperar al verla a ella.

Después de algunas frases de corte amable y elegante, percibí un poco de ironía, y volví a sonreír. Prefería, sin lugar a dudas, el duelo de dos lenguas afiladas.

- Seguro, soy un tipo que sabe divertirse. Y su música invita a dejarse llevar. ¿Lo sabe? ¿Tiene en usted el mismo efecto o es sólo el hechizo de una experta encantadora de serpientes? Sea como sea, ahora mismo podría sisear. Su concierto fue intenso, enhorabuena.

A veces ser directo tenía ciertas ventajas, pero también inconvenientes. Yo nunca escondía un as entre los dedos, se me escapaban de los labios con bravuconería. Ahora, decía lo que pensaba. Y no pensaba claro.

Seguí tras ella, como una sombra que no encaja pero persigue tu figura y tomé asiento tras haber visto ese pequeño hábito, rutina breve en la que convirtió su rostro en algo terrenal y volvió a atar su pelo. Ataduras que nos hacen sentir el cemento bajo los pies.

- No debería preguntar nunca a un periodista qué desea saber. Podría contestar "todo" y sería cierto.

Reí de nuevo y tomé asiento, junto a ella, admirando sin discreción su actitud y su aspecto. Mi "orientación" me permitía sentirme poco impresionado ante mujeres arrebatadoras. Pero este tipo de belleza, estropeada, descarnada, etérea, llamaba mi atención por ser escasa, alternativa.

Tomé aire intentando recuperar no mi tono de voz, sino la acidez lúcida de mis palabras y busqué sus ojos.

- Aceptaré una copa si usted la comparte conmigo. ¿Qué me dice? ¿Bebe usted con desconocidos que saben pasarlo bien? Puede que podamos pasarlo bien juntos. No hay nada como el alcohol y los secretos para darle color a una noche. ¿No cree?