Una noche más. Allí estaba. En el local indigno de esa sucia ramera que creía tener algún poder. Ser alguien. Llevaba un tiempo entre los "ángeles" para que le hubieran hablado suficiente sobre ella.

Una caída. Una traidora.

Algunos aún se sentían turbados al respecto. Entristecidos. ¿Por qué tristeza? Si Satanás te vuelve un enemigo no lloraré tu pérdida. Has muerto para mí. Más muerto que mi Sara... porque lo has elegido. Libremente. O tal vez, coaccionado, como ella.

Pero sus dosis de perdón parecían escasear para esos otros, antes alados y ahora demonios. No quedaba empatía para ellos. No por ahora. Probablemente nunca suficiente.

Se abrió paso, molesto, rudo, chocando con los hombros en la cola. Él era un "VIP". Y no sabía si eso era una ventaja o parte de ese morbo despreciable, parte de esa falacia inundando el local.

Bauman no creía en la neutralidad. Tampoco en Suiza, en las respuestas diplomáticas, en los libra, en cada falso que te estrecha la mano y juega al golf con tu enemigo. Pero ahí estaba. Porque los suyos, muchos de ellos al menos, encontraban ese lugar una especie de madriguera en tregua.

Él odiaba este sitio. Pero observar a los demonios desde cerca tenía ciertas ventajas. Eso había que admitirlo.

Una vez dentro el calor pareció golpearle. El alcohol y la música, la mezcla de sudores y perfumes. Los otros. Cada aroma distinto al del recuerdo. Porque todas esas personas no eran Sara. Y en realidad las demás compañías nunca era gratas. No tan dentro, dónde aún dolía profundamente.

Apartando la vista de los focos, tratando de adaptarse, deambuló como un naúfrago, un cura o un profeta, incómodo en su piel y en ese ambiente. Sintiendo la camisa pegándose a su cuerpo, el peso de la noche, de su cama vacía, de las conversaciones y las risas mezclándose, que a él no le decían nada.

Alzando su mirada entre los ríos de gente, con las pupilas grandes y un gesto de desprecio, de malestar y de apatía que no pensaba en ocultar, oteó a su alrededor fijando un objetivo. Tal vez varios.

Ahí estaban. Como hogueras ardiendo, como dianas oscuras, como veneno, como droga. En todas partes. ¿Cuántos había? Si sólo en ese antro podía llegar a ver a tantos diablos diferentes... ¿Cuántos serían en realidad? ¿Era una guerra o la rebelión condenada al fracaso que se llama a sí misma resistencia?

Parpadeó, asqueado, decidiendo observar desde otro ángulo, percibiendo a otro ángel no demasiado lejos. Dos son mejor que uno cuando el mal te rodea. Cuando Satanás baila a unos metros de ti.

Despacio, navegando los cuerpos y presencias, se acercó a ella con la mirada escrupulosa y aprensiva que dedican los padres a yernos. Irritado, cargado, ansiando una o dos copas y un universo diferente.

- Buenas noches, hermana. Parece que cada noche las tentaciones crecen poblando este desierto.

Incluso ahora, viendo el mundo con esos ojos diferentes, con esa luz distinta, había tantos momentos rutinarios. Pequeños hechos que aún eran como antes. Protocolos, sin cambios.

Y en ellos, Bauman parecía oxidado también. No reacio, sólo sin gracia, sin el carisma fácil que hace fluir las palabras. No tenso, pero sí algo taimado, con el sabor amargo entre los labios. Con el duelo en el pecho. Con el negro en sus ropas, el luto en su cabeza.

Se sintió torpe aceptando esa mano, lento, pero amigable. Su recelo inicial se iba apagando al acercarse al aura de esa joven. Al sentirse entre aliados, al sentirse seguro, acompañado.

- Bauman. Es un placer, Olivia.

Ahí estaba otra vez, usando su apellido y a la vez otros nombres. Como si no hubiera distancia en ese trato, pero imponiendo esos escudos autoimpuestos. Protegiéndose. Dejando a un lado a "John" pues "John" era de Sara. Y se había ido.

Una leve sonrisa, natural pero breve, se unió al saludo y a su mano, igualmente fugaz, agotando el contacto. Junto a ella, hizo un esfuerzo más, tratando de iniciar conversación.

- Gracias por ofrecerme acompañarla. ¿Qué está bebiendo? Permítame invitarla luego a otra. No vengo mucho, pero me alegra haber venido y conocerla. ¿Es usted habitual?

Así, como uno más en aquel "limbo" artificial dónde el mal y el bien no eran sólo conceptos, se sentía extraño y a la vez un anónimo. De pie, camisa negra, vaqueros ajustados y botas de vaquero, aún en verano, sin renunciar a ese legado obvio, en su mente y su cuerpo. Bebería un Jameson, conversaría, dejaría a Sara a un lado, encerrada muy dentro. Sería "normal". Sería agradable, compartiría su tiempo con la joven.

Un gesto firme al camarero, mientras tanto. La noche comenzaba. Un buen licor y buena compañía podrían hacerle obviar la constante presencia de los otros. Al menos, por un rato.

Bauman chasqueó la lengua. Una respuesta física a esa neutralidad, que muchos de los suyos encontraban agradable, adecuada. Y a él le repateaba las entrañas.

Entre el Cielo y el Infierno nunca habría paz. No verdadera. Eran polos opuestos. Y debía ser así. Debían mantener tranquila esa distancia, y no acortarla en locales de moda. Como éste.

Desdeñoso, decidió no compartir su opinión. Ya tenía algunos detractores entre las alas blancas, poco comprensivos ante sus técnicas... más rudas.

- Oh no, en realidad llevo aquí varios años. Es sólo que todo ésto... No es mi estilo. Para nada. Ya sabe. La música y el lujo. Y esa otra compañía. Vengo porque puede resultar útil. Y porque a veces, la fortuna hace que me cruce con uno de nosotros.

Pidió su copa y se quedó en silencio, tratando de encontrar el modo afable de iniciar una conversación. En realidad, estaba oxidado. Realmente fuera de lugar. Y las palabras no llegaban, mientras mojaba su garganta con el bourbon. Puede que lo mejor fuera dejarle el peso a ella. ¿No? Muchos de sus hermanos eran abiertos y sociables. No como él.

Bauman movió los pies, inquieto, sintiendo el peso de cada minuto dentro del local, acompañado. Estaba verdaderamente oxidado y lo que hubiera podido resultar una agradable charla era para él una obligación más.

Incómodo, sonrió forzado a su joven hermana y disfrutó tan sólo unos segundos del brillo limpio en su mirada. Eso sí lo veía, agradecido. Las palabras, el tiempo, eran pesadas y plomizas. Pero aún valoraba la inocencia, como el húmedo paño que refresca tu mente, febril.

Asintió como si el gesto de su rostro y sus hombros formara parte de un diálogo, y perdió su mirada por la pista, de un cuerpo a otro. Volviendo siempre a aquellos seres. Ellos, entre los hombres. Hambrientos por sus almas.

Bebió deseando poder tragar su amargura con el bourbon, hasta apagar la copa y no su sed. Pasó sus manos por el pelo, ansioso, sintiendo su sudor nacer, floreciendo en su frente despejada.

Odiaba ese sitio. Odiaba la noche. Odiaba la música. Sólo el alcohol parecía suficientemente interesante. Y éso, sin duda, no resultaba angelical. Bauman era consciente, pero también lo era de cada una de esas sonrisas venenosas, a tan sólo unos metros.

Puede que él fuera un mal necesario. Una plaga, encarnada. Primero vendría él, después las ranas y langostas. Las Vegas no escuchaba dócilmente. La "Palabra de Dios" debería ser gritada.

Cuando no pudo soportarlo más, apenas transcurridos unos simples minutos, sonrió de nuevo, todo dientes, mostrando una elegancia que en él era forzada por completo, no natural.

- Hermana, siendo sincero me siento fuera de lugar. ¿Podrías disculparme? Me agrada acompañarte pero odio este lugar. Y un ángel no debería alimentar su odio. ¿Verdad? Saldré fuera y trataré de despejarme. Por favor, disfruta de tu noche. Espero volver a encontrarnos en otro momento. A plena luz del día.

Sin más, sin opción a que ella ofreciera ir tras él y tomar aire, fuera, buscó en sus pantalones una de sus tarjetas. La cartulina azul levemente arrugada mostraba claramente su apellido y un número de teléfono, junto a la dirección de su despacho.

Tarjeta:

Un guiño casual, que sintió inapropiado sólo instantes después de abandonar su párpado, y esa sonrisa rota y falsa demasiado amplia en sus labios, demasiado errónea en su rostro. Una despedida adecuada para una noche equivocada. Y breve.

Bauman dejó su vaso vacío y masculló, sintiendo la derrota pegándose a su piel, húmeda y pegajosa mientras abandonaba aquella sala, aquellos reservados, aquella discoteca y ese "Limbo" que para él era francamente infernal.

Contó los pasos uno a uno hasta llegar a la salida y el aire cálido y normalmente asfixiante bañó su pecho como un abrazo deseado. Estaba fuera. Ellos continuaban dentro. Pero era suficiente para él. Por esta noche.

Con o sin alas, Bauman aún era un hombre. Y su piedra, replicada en mil rostros demoníacos, volvía a hacerle tropezar. Volvería a casa a lamer sus heridas, dormir un rato, pensar en ella, acariciar su lado de la cama.