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Tema: Atardeceres púrpuras [Ada Dashwood] Sáb Ago 24, 2013 5:11 am
Calles de Off-Strip. Verano, 2013.
BSO:
Atardecía. Pero no me importaba. El cielo, inmenso sobre mí, tornaba el azul en naranjas, veteado de nubes y de malvas, rojizo, como una herida abierta. Un hematoma.
Me dolía el cuerpo. Las costillas. Enfrentarse a aquel rudo matón por la cama de arriba en la litera había sido una estupidez. Pero yo había llegado primero, ¡maldita sea! Siempre ocurría igual. Algún hijo de puta musculoso decidía que podía arrebatarte algo. Un poco más. Pero si seguía cediendo, si se lo permitía... no me quedaría nada.
Al final, me habían echado del albergue durante una semana. Genial, siempre jodiéndome la vida. ¿Cuántas más noches, Danny? ¿Cuántas palizas? Siempre tenía que abrir la boca. No lograba aprender a estar callado. Puede que no intentara suficiente. Puede que en realidad quisiera todo ésto.
Me sentía confundido. Irritado y dolido. Enfadado conmigo, y no sólo con otros. ¿Por qué buscaba enfrentamiento? ¿Me gustaba? Había ese... ¿subidón? justo antes de los golpes. Sentía como se detenía la vida, el tiempo y todo eran miradas. En ese instante, justo antes, me sentía poderoso. Pero luego...
Tenía un ojo morado, la mandíbula hinchada, me dolía el pecho al respirar y sólo me quedaban 8 dólares. Oh por favor, era un jodido idiota. Un maldito perdedor. Un niñato. Un masoca.
Lo había vuelto a hacer. Yo solo. Me lo había vuelto a hacer.
Y lo que daba miedo de verdad era sentir, era pensar, que tal vez me gustaba. Llevaba días sin volver a pasar, pero no me engañaba. Sabía que estaba dentro, muy dentro de mí mismo. Esa "nenita enferma" viviendo en mi cabeza que lograba excitarse cuando algún cabrón fuerte lograba acorralarme.
Estaba tan perdido.
Cada vez más perdido. Y sin rastros de Maddy.
Caminé, paseando mi desgracia hasta llegar al bar de aquella esquina y entrar sin hacer ruido. Sólo tenía para un café, solo o con hielos, si quería pasar la noche en la lavandería. Un lavado costaba 5 dólares. Y aún debía comer algo. Si podía.
Me senté, con cuidado, sintiendo las punzadas en mi vientre, sin saber si era hambre o el eco de los golpes, aún recientes. Sin decir nada, con la mirada baja, bajo el graso flequillo, esperando, deseando pasar inadvertido, casi ser invisible. Si tenía suerte, ellos tal vez no notaran mi presencia. Eso me daría tiempo. ¿Cuántas horas podría quedarme ahí sólo con un simple café?
Solían echarme al par de horas, si no antes. Los locales no quieren por clientes a mendigos. Debemos dar malas propinas. Es lo que ocurre cuando no tienes nada y no hay nadie contigo, salvo una historia tras de ti que no quieres contar.
Ada Dashwood Mortal
Mensajes : 23 Fecha de inscripción : 17/08/2013
Tema: Re: Atardeceres púrpuras [Ada Dashwood] Sáb Ago 24, 2013 8:24 am
Llevaba desde las tres del mediodía tras la barra, sin embargo me sentía pletórica de energía, algo que no le pasaba desapercibido a nadie, y que provocaba miradas de cautela fijas en mi nuca cada dos por tres. No me importaba. Cada vez que sentía mi ánimo decaer, me recordaba a mí misma dos cosas: que mi turno estaba cerca de terminar por ese día, y que solo me quedaban dos semanas. Dos semanas más y no tendría que volver a aguantar la cháchara interminable de Amanda (“Desde luego, Ada, los que vuelven a venir no es precisamente por tu encantadora forma de ser ¿tanto te cuesta sonreír un poco?”. Dos semanas más, y se acabarían las parodias de roces casuales que me prodigaba mi jefe. Dos semanas más, y podría trasladar la pequeña caja en la que había ido acumulando mis pertenencias a otro apartamento igual de diminuto en medio de otros dos apartamentos cuyos propietarios no me saludarían cada mañana porque no me conocerían. Catorce días, y sería libre: el hallazgo de un diminuto anuncio en el periódico buscando una camarera para un bar de temática esotérica había adelantado mis planes. Si me quedaba más tiempo, era para conseguir el sueldo del mes completo, por nada más.
Finalmente, llegó mi hora de salida. Rauda y veloz, me encerré en ese pequeño almacén que tan atentamente el jefe nos había cedido a sus empleadas para poder cambiarnos. El alivio que sentí al deshacerme de esos artilugios de tortura, los tacones, fue indescriptible. Tras el calzado, fue el diminuto vestido que dejaba poco a la imaginación y que recibía el nombre de “uniforme” cuando habría sido más apropiado llamarlo “trozo de tela que cubre apenas lo necesario”. Nunca me había sentido cómoda con tan poca tela encima... pero no había demasiados lugares en Las Vegas donde se apreciase aquello de que es mejor insinuar que mostrar. Enfundada en unos vaqueros y en una camiseta de manga corta, volví a sentirme una persona y no un mero trozo de carne. Muy satisfecha, guardé mis cosas en la ajada mochila que llevaba siempre encima, abrí la puerta... y casi me di de bruces con Amanda. Sin decir nada, arquee una ceja: su turno había comenzado hacía apenas una hora, y no había ningún lavabo en ese diminuto almacén... de modo que si estaba ahí, solo podía ser por una cosa: quería pedirme un favor antes de que me marchase.
-¿Qué tripa se te ha roto ahora, Mandy? – pregunté, con tono de fastidio.
Aliviada, dando por hecho que con esa grosera pregunta yo había aceptado ayudarla con lo que fuera que quisiera, Amanda me cogió del brazo y me arrastró de nuevo hasta el bar. Con una mueca de irritación, seguí sus indicaciones y miré hacía una de las mesas. Sentada en ella, solo, estaba el chico más triste que había visto en mucho tiempo. No era más que un chaval, dudaba que tuviera más de veinte... y a juzgar por su cara llena de moratones y magulladuras, al igual que toda la piel que era visible, había recibido una paliza no hacía mucho. Su mirada estaba perdida, y eso me recordó a mí misma el día que me fugué de la casa de mi tía: me había metido en un autobús sin interesarme siquiera por el destino al que se dirigía, y me pasé el trayecto con esa mirada. Después, había cogido otro bus, hacía otro sitio aún más lejano... hasta que me quedé sin dinero para seguir viajando. Y en ningún momento, conseguí enfocar los ojos en nada.
-Échalo... ¡mira qué pinta! Si permitimos entrar a escoria como ese... a saber si tiene dinero. ¿Qué dirán los clientes decentes?
No pude evitar sentirme indignada con las palabras de Amanda, que le estaba juzgando de antemano con un desdén que yo había sufrido en primera persona y que aborrecía. Durante algunos años, fui como él. Sin tantos moratones, pero para compensar muy sucia, muy pérdida... y sin nadie. Sospechaba que esa soledad la compartíamos. Y... ¿qué mierdas decía de "clientes decentes? Aquí no había nadie merecedor de tal adjetivo. Y encima, esa zorra pretendía que yo hiciera el trabajo sucio: claro, la fama de la poli mala había sido mía desde el segundo día, cuando vacié el contenido de la cerveza que acababa de pedir un hombre sobre su cabeza por poner la mano donde nadie le dijo que podía.
-Si no tiene, le invito – gruñí, y dando zancadas, fui hasta él y arrojé mi mochila al suelo, junto una silla que no tardé en ocupar. Amanda me miraba con los ojos como platos. – Dos cafés. – ordené, y miré al chico, con brusquedad - ¿Tienes hambre? Pide algo. Pago yo. Y no hagas preguntas.
Danny Mortal
Mensajes : 17 Fecha de inscripción : 13/08/2013
Tema: Re: Atardeceres púrpuras [Ada Dashwood] Dom Ago 25, 2013 4:44 am
Yo ya había descubierto que todo, cualquier cosa, puede romperse en mil pedazos. Tan sólo en un segundo. Era cuestión de suerte. De repente, la nada, derrumbando castillos en el aire que creías que eran sólidos.
Todo puede romperse. Como el silencio.
Y así, con brusquedad, aquella chica lanzó la mochila hacia la mesa e hizo que todo en mi diera un respingo, dispuesto a levantarme, a irme de allí, a buscar otra mesa, otra ciudad, cualquier lugar lejos de aquí. De todo el mundo.
No dije nada y no pedí perdón. ¿Qué le había hecho? Pero incluso sin enunciar disculpas, mi postura y mi mirada aún fija en las baldosas gritaban fuertemente que no quería problemas. Que tenía suficientes para acumular más. Para pagar las consecuencias.
Alcé las manos, como si hubiera robado algo, mostrando las palmas vacías. Pero no dije nada, no me dio tiempo. Después de la mochila ella ocupó la silla y pidió dos cafés. Bajé las manos. Miré a mi alrededor buscando otra presencia, viendo a la camarera igual de sorprendida. Y supe que era yo. Que me estaba invitando.
Lo confirmaron sus palabras y el cielo azul nublado en mi mirada se volvió húmedo, gris y acuoso, hasta que enterré dentro la simpatía tortuosa que despertó aquel gesto. Inesperado. Después, la realidad me dijo que no había nada gratis, y apreté la mandíbula.
- Tengo dinero.
Hubiera sido mucho mejor un gracias. Pero, ¿gracias por qué? No había pedido nada. Y ella deseaba algo. ¿Por qué si no unirse a mí e invitarme a un café? Sin hacerle preguntas. Y un carajo.
- No quiero problemas. ¿Qué quiere? No tengo nada que ofrecer.
Me cobijé en el algodón, amplio, de aquella vieja camiseta, con las manos muy dentro del vaquero y la mirada aún en el suelo, sin tratar de mirarla. Tratando de evitarlo.
Porque mirar a otro era aceptar que ellos también me veían. Y prefería sentirme un avestruz. Con la cabeza dentro de la arena, jugando a ser casi invisible. Si nadie te veía sufrir, el sufrimiento era menos real.
Sin testigos, te sientes libre para gritar de rabia. Pero ahora, con esa chica al lado, debía plantarle cara a mis problemas. Y lo que menos deseaba era hablarle de mí. Hablar de nada. Hablar. Tratar de ser normal. O de fingirlo.
Ada Dashwood Mortal
Mensajes : 23 Fecha de inscripción : 17/08/2013
Tema: Re: Atardeceres púrpuras [Ada Dashwood] Dom Ago 25, 2013 11:06 am
-No me importa que tengas dinero. He dicho que pago yo.– mascullé, entornando los ojos hasta convertirlos en dos finas rendijas azules.
Cuando le vi frente a mí, alzando las manos en son de paz, no vi al muchacho casi adulto que probablemente era, sino a un niño asustado, temeroso de mí como si yo fuera un gigante y él diminuto, aunque era más corpulento que yo, y seguramente más alto. También conocía esa sensación. Cuando yo estuve en su lugar, casi morí de miedo la vez que una anciana señora insistió en llevarme a su casa tras encontrarme temblando en una callejuela “vamos, vamos, chiquilla... ¡qué delgada estás! Te daré comida. Y un techo... estás helada de frío. ¿Estás sola? También te daré un baño. Seguro que debajo de toda esa suciedad hay una chica muy bonita. Y un vestido... tenía una hija ¿sabes? seguro que te vale su vieja ropa. ¡No, no, no te escapes! No llamaré a la policía... ven, pequeña...”. Al final, me arrastró, yo estaba demasiado débil para forcejear. Y me cuidó, me trató bien... aun así, hasta el día que me escapé, viví cada día preguntándome si ese sería el que me echase o me entregase a la poli. Con miedo.
Al recordar a esa buena mujer, supe que estaba siendo egoísta. No le estaba ayudando a él, no estaba defendiendo a ese mapa de magulladuras andante. No, él no me importaba. Pretendía redimirme. Yo estaba salvando a esa Ada de casi dieciséis años con miedo de todo y ningún lugar al que ir, y nada que llevarse a la boca porque el miedo a que la vieran la impedía mendigar y era una ladrona demasiado mala. Para ser una buena ladrona habría necesitado pasar desapercibida, e incluso en mis peores momentos no había logrado ser invisible. Supe que ayudarle no cambiaría mi pasado, que no me daría un presente mejor... y que una vez me marchase él seguiría en las mismas, que seguiría perdido y que yo le olvidaría como el mundo me había olvidado a mí. Pero aun así lo hice, por aquella señora que me ofreció su mano y su casa. Se lo debía a ella, por irme sin decir adiós, por no volver nunca cuando las cosas mejoraron para decirle que estaba bien.
-Te he dicho que no hagas preguntas. ¿Es que no me has oído? No quiero nada. Ya sé que no tienes nada que ofrecerme que pueda interesarme, chaval. Limítate a beberte el café y a cerrar la boca. Tampoco quiero que me des las gracias. – habría debido ser más amable, dulcificar un poco mis maneras... pero ni lo intenté. Mi amabilidad le daría tanto o más miedo que mi brusquedad. ¿Para qué molestarse entonces?
Amanda continuó mirando, probablemente esperando que se tratase de una broma. Si yo hubiera sido un gato, habría ronroneado de puro placer cuando, con gran jocosidad, apoye un codo sobre la mesa, la miré fijamente, y me comporté como una de esas clientas a las que particularmente, yo no soportaba, una de esas mujeres engreídas que no dudan en meterte prisa.
-¡Joder, Mandy! ¿A qué esperas? Te he dicho que dos cafés. Y un bocadillo para mi invitado. ¡Vamos, vamos! Mueve el jodido culo, no tengo todo el día. – mientras ella se apresuraba a cumplir con su trabajo, yo me recliné de nuevo en la silla, y entonces caí en algo que antes había pasado por alto. Miré al chico, enfurruñado, y esbocé una mueca. – Y tú, no vuelvas a tratarme de usted. Ni soy tan vieja, ni tan importante.
Danny Mortal
Mensajes : 17 Fecha de inscripción : 13/08/2013
Tema: Re: Atardeceres púrpuras [Ada Dashwood] Mar Ago 27, 2013 5:10 am
Algo dentro de mí destestó que esa mujer pensara que aceptaría sin más. Sin un motivo. Es cierto, vivía en la calle. Pero yo no veía ningún cartel en mi mirada y no pedía limosna. No le contaba a nadie las horas que llevaba sin comer. No agitaba una taza y hablaba de mis cientos de hijos sin madre. No mostraba un muñón, mis heridas eran menos vistosas. Aún nadie ha visto el modo de sacarle partido a un alma rota.
Y sin embargo, no supe decir no. No quise decidir si era mi hambre, si no buscaba enfrentamiento y ella tenía esa pinta de ser perseverante... o aún pensaba torpemente que si no me oponía continuaba existiendo en ese gris irrelevante. Donde nadie te ve, nadie te oye.
Pero mis labios aún estaban cerrados, rectos, tensos. Y mis ojos huían de su mirada. Y ella seguía insistiéndome, esta vez con un tono más brusco, mucho más parecido a las órdenes hoscas que solían dirigirme. Sin respeto.
Tal vez ella pensara que por estar mejor vestida, y no tener su piel teñida de morados, era mejor que yo. Y no pensaba corregirla. Tal vez yo fuera su obra buena del día. El pobre con el que hacerse fotos. Un mendigo trofeo.
Esta ciudad da asco.
Continuó exigiendo como si yo fuera tan sólo un mueble o no pudiera refutar. Muchas personas creen que con los bolsillos vacíos pierdes también la libertad. Pero por el momento, yo aún podía decidir.
Dejé que aquella retahíla continuara, y cambió de objetivo, demandando también a aquella camarera, incrédula, que inyectaba desprecio al encontrarse sus ojos con los míos. Genial. Cuánta amabilidad en todas partes.
Respiré hondo, pero no me calmé. Me sentía enfurecido por el trato. Por ese encontronazo indeseado, muy lejos del silencio que buscaba. Yo quería ser anónimo. Quería estar a solas. Quería sólo un café, y aguantar unas horas.
Pero esa chica había hecho de mis planes la función de las 6. Al final la encaré, odiando su hermoso cabello, el azul de sus ojos, su rostro pálido, sus labios finos. Con camiseta de algodón y con vaqueros. Una barbie de barrio, protagonista de esta escena.
Dónde yo no era más que el chico “cerillera”. Y me negué, sintiendo el fuego del verano fuera, el sudor en mi piel, el hastío, la poca dignidad que me quedaba. Sí, yo era un perdedor, pero ella no era nadie para tratar de recordármelo.
Aparté mi flequillo, mirándola con determinación. De azul gastado a azul, intenso.
- Entonces te diré, de tú a tú, que no eres nadie para decirme que me calle, que me quede, o que coma. ¿Te vale? No sé qué coño quieres, pero no me interesa. Búscate a otro mendigo para tu caridad. Y sube de una vez la foto a facebook. Es éso, ¿no? Quieres ser la nueva misionera en este barrio. Yo no he pedido ayuda. No pienso obedecer tus órdenes. Y no soy un chaval.
No miré a nadie más. No me importaba. No volvería a ese bar, nunca sabía dónde estaría mañana. Sólo quería “mi paz” artificial, durante un par de horas. Un café amargo y pobre. Pagar por él nunca más de dos dólares, y marcharme sin más. Sin deber nada a nadie.
Le había ofendido, eso estaba tan claro como que no es posible vivir sin oxígeno, que el agua moja y dos más dos son cuatro. Una persona un poco más educada se habría disculpado. Una persona no necesariamente educada pero sí con un poco de empatía se habría explicado, le habría dicho que no pretendía pasar por encima ni demostrar un poder que no poseía ni de lejos... pero yo era como era, y hacía mucho tiempo desde la última vez que había considerado ‘por favor’ y ‘gracias’ como palabras mágicas... amén de la última vez que me había dignado en dar explicaciones. Además, explicarle por qué lo hacía implicaba revelar una parte de mi pasado que yo me esforzaba por ahogar en un rincón de mi cabeza, junto a los recuerdos que ni quería ni necesitaba... y que no quería traer de vuelta, no cuando me había costado tanto acostumbrarme a ser de nuevo una persona más o menos normal. No, no hice nada, me limité a mirarle tras el muro desde el que miraba a todo el mundo... y a mantener, estoicamente, su mirada, de un color tan azul que recordaba a un glaciar.
Por un instante, me pregunté qué pensaría él de todo esto, de mí. Yo no era como aquella buena mujer que me había ofrecido su mano y su hogar. Yo no transmitía dulzura, no inspiraba tranquilidad... pero, por desgracia, tampoco tenía aspecto de chica dura, nadie me temería... y muy contadas personas me respetarían o me considerarían una persona de valía. Pero claro, ese muchacho no estaba en condiciones de considerarme insignificante... y entonces supe exactamente qué veía al mirarme: sencillamente, otra piedra en su zapato, otro recordatorio de que su vida podía ser mejor. Mis sospechas se confirmaron cuando su ira, llegó a un punto en el que estalló, de una forma tan fría que más que furia era desprecio. Era un desdén que rayaba lo excesivo.
-Haz lo que te dé la gana... a mi me da igual. Y no es por meterme con tus hábitos de vida pero... ¿Cuándo es la última vez que has comido algo? Estás en los huesos. No dejes que tu orgullo te haga rechazar eso, tu estómago no te va a dar tregua cuando el orgullo ya no te caliente. – escupí, con aburrimiento. Por supuesto, sabía que esa no era la mejor manera de hacer las cosas... sabía todas esas tonterías sobre cazar más con miel que con hiel... ¿pero a quién le importaba todo eso? Si hubiera sido mejor persona, lo suficientemente buena como para preocuparme de verdad por él, tendría un verdadero motivo que no fuera que las penurias que había vivido aún estaban frescas en mi memoria. –Mira... no pretendo molestarte. Si no quieres, vete. Sin más. Pero que sepas que yo soy de lo mejor que te vas a encontrar por aquí, y no porque sea una buena persona... o porque sea caritativa... sino porque cuando te digo que no quiero nada a cambio, te lo estoy diciendo de verdad. No quiero una foto - ni siquiera tenía con qué sacarla, ni podía permitirme dejar un rastro de fotografías mías por Las Vegas- no quiero tu agradecimiento. Nada. Aunque no te lo creas.
Alcé la vista cuando Mandy llegó, aún con los labios muy apretados, señal de que no estaba muy contenta ni con el chaval, ni con mi actitud repentinamente rebelde. Seguramente estaba pensando que le gustaba más cuando intentaba ser una gruñona invisible que en ese momento. Sinceramente, a mi tampoco me hacía especial gracia plantarme... y sabía que probablemente me arrepentiría, pero sencillamente me había salido así. Por un instante, Mandy no pretendía echarle a él, pretendía echarme a mí... y la rabia me había hecho verlo todo rojo. Una estupidez, sin duda.
-Aquí tenéis. Y supongo que no necesito decirte lo que pienso de esta escenita, Ada. - mi nombre en la boca de Mandy sonó como un insulto, mientras ella dejaba el pedido sobre la mesa.
Off: siento la tardanza... entre viajes y unas y otras cosas he estado súper liada. Espero que no te moleste >.<