La ciudad de Las Vegas y la mitología sobre Ángeles y Demonios no pertenecen de ningún modo al Staff de 7 Pecados únicamente.
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Delgado, con esa piel adolescente que habla de sudor dulce, de vida por delante, de frescor y energía. Su mirada desmiente esa vitalidad, el canto en su figura, dejando sólo lluvia. Azul y fría, acerada, de escarcha y de cristal. Frágil, herida, vulnerable.
De facciones suaves, demasiado perfectas. ¿Afrancesadas? Tal vez debido al mestizaje de su ciudad natal, Nueva Orleans. De rostro hermoso, de silueta romántica, renacentista, con hoyuelo insolente marcado en su mentón, sin saber si aniña su expresión o rompe el canon.
Nariz redondeada, ligeras pecas y labios finos, delicados, que esquivan las sonrisas con un aire enigmático, tal vez herido, mostrando una dureza que no arraiga.
Mirada índigo, de cuarzo, casi antinatural en el fulgor azur, de vidrio. Demasiado profunda, demasiado perdida, siempre desenfocada. Ausente. Como si nunca te mirara realmente a los ojos. Como si nunca llegara a encararse en los espejos. Viendo a través de ti, sin verse a él mismo.
Cabello miel, media melena viva, desfilada, cubriendo sus facciones. Despeinado en su liso ideal, amotinada o mártir, víctima del exilio y el sudor en su frente.
Cuerpo esbelto, de niño que ya es hombre pero no es un adulto. Clavículas marcadas, pecho lampiño cruzado por sus músculos, cada vez más visibles en su figura enjuta, maltratada por la huida, sin un colchón dónde encontrar el sueño.
Muñecas finas, manos menudas, de dedos cortos y delgados. Afeminadas en su tacto, a pesar del cúmulo de errores que han marcado su mente y han dejado su huella en su cuerpo, en esa cicatriz visible que surca un lado de su vientre.
Largas piernas y caderas estrechas, pelvis marcada y reguero castaño acunado en su ombligo, llegando a su entrepierna, con cortos rizos finos.
Ropas ajadas, amplias, deterioradas, fruto de la beneficencia. Zapatos demasiado grandes, en sus ya grandes pies. Capuchas, sudaderas de algodón con las mangas muy largas, dónde esconde los puños, con un deje infantil. Vaqueros, camisetas, la ropa rota y vieja de todos los mendigos.
Descripción Psicológica
Danny mezcla esa dosis inestable de inocencia y de rabia, de insolencia y de miedo, de obediencia adquirida y rebeldía latente, innata, empañando su boca y sus acciones.
Tras tantos años de atenciones médicas, se muestra frío, cohibido, enterrando su miedo en máscaras de odio, haciendo de su inseguridad indiferencia.
Apático, parece no importarle nada. Ni siquiera a sí mismo. Ausente, descarnado y flemático, con la mirada muerta de quién ha visto mucho y no deseaba verlo.
Inteligente, agudo, pero parco en palabras. Inquieto y esquivo, vistiendo de altivez sus miedos y debilidades. Prefiere los silencios a los gritos. Las palabras que dan dónde hacen daño a los insultos.
Triste, solitario. De trato seco, hosco, hostil en su conducta y en sus labios. Dispuesto a arrodillarse para poder cenar, pero no a pronunciar un gracias, nunca.
Desconfiado y sin lazos afectivos, se aparta de la gente, eso es lo que ha aprendido. Cuando alguien viene a ti, viene a conseguir algo. ¿Amor? ¿Lealtad? ¿Ternura? Todo es sexo. Egoísmo. Humillación y fuerza.
A pesar del desprecio que siente con su alma, que le dicta su mente, hay algo en ese trato autoritario e impuesto que le hace sentir bien. ¿Sentirse en casa? Le recuerda a los médicos, a las órdenes neutras, a las batas tan blancas, a la voz tan segura de aquellos hombres y mujeres que decidían cómo debía sentirse, a qué nuevo dolor debía exponer su cuerpo.
No decidir y no estar solo. Depender de esos otros que siempre le protegían. Sentirse acompañado, encontrar esa paz, ese regazo abierto dónde poder dormirse. Ese antiguo refugio.
¿Es esa la razón por la que siempre le ha excitado someterse? A pesar de su odio, de presentar batalla y lograr oponerse, algo en su cuerpo respondía a aquellas voces, a la fuerza indicándole el camino, a las órdenes crudas. Pero no a aquellos otros. A ellos no. No a su violencia, no a su sadismo o a su brutalidad. No al egoísmo. Sí a su poder, a ese dominio, duro, conteniéndole.
Danny mira a las chicas. Las encuentra atractivas, le recuerdan a Maddy. Sus curvas, femeninas, la dulzura en sus cuerpos y en sus ojos. El rojo de sus labios. La suavidad de sus facciones y sus pieles. También mira a los chicos. Sus barbas poblando firmemente sus mandíbulas. El ancho de sus hombros, la fuerza en sus caderas y en sus brazos.
Pero no los desea. No así. No fácilmente. Entiende las miradas y las chispas, pero no la explosión, que sólo surge cuando es acorralado, cuando ese nerviosismo te agita desde dentro, mitad terror, mitad expectación, mitad ¿lujuria? Aún no lo sabe. Y le da miedo averiguarlo.
Historia
Danny nació como un niño deseado. Y enfermizo. Todo eran atenciones, tratamientos, cariño. Sobre todo de Maddy. Creció casi en sus brazos, guiado por las caricias y el amor de su hermana, protegido por ella y por sus padres.
Tímido, introvertido, luchó con la leucemia durante años. Hasta sanar, tras aceptar su cuerpo ese último remedio, ese último trasplante. Parte de Maddy en su interior, curándole. Ayudando a su sangre. Devolviendo la vida robada por la enfermedad, hasta encontrarse sano. Fuerte. Agradecido.
Dejar atrás su enfermedad hizo de él un chico alegre, decidido, valiente. Deseaba salir fuera, conocer gente, estar con otros chicos, probarse a él, probarle a todos que ya estaba sanado por completo. Que podía "hacerlo todo". Que podía ser "normal".
El cambió fue muy brusco, tal vez inconveniente. Sus padres lo aceptaron pero hizo daño a Maddy, alejándose de ella para encontrar un norte propio, lejos de la sombra de su ala. Arrojándola a un mundo dónde la perdería...
Danny tenía 15 años cuando Maddy se fue. Los días pasaron, y él se negó a pensar que ya no volvería. La policía archivó su desaparición. Sus padres perdieron la esperanza. Pero él no pudo. No con Maddy. Su hermana, siempre fiel, siempre a su lado, su luz durante años, la mano anudada a su mano que siempre le ayudó a seguir.
La desaparición de Madison acabó con su vida. Si ella sanó su mente, quebró también su alma, en un karma imperfecto. Sus padres, habiendo superado la enfermedad de Danny no pudieron en cambio enfrentarse a la pérdida de su hija, sin la certeza de su muerte, con el miedo tan dentro que les paralizaba. Se divorciaron.
Danny cambió también, arrastrado en el caos y el desamor, obligado a elegir, deshecho, desvalido. Enfadado y con rabia, sin comprender el mundo, odiándose a sí mismo, odiando a todos.
Incapaz de encauzarle, sus padres arrojaron la toalla. Divididos, separados, optaron por lo fácil y tras varios delitos y muchas explosivas discusiones decidieron que Danny debía ser internado.
Tenía antecedentes y casi 17 cuando llegó al reformatorio. Dos costillas partidas, los labios rotos, los nudillos gastados. El alma hecha pedazos, la brújula estropeada.
Aquello fue el infierno para Danny. Largos pasillos llenos de odio, de iras no consumadas, de hormonas inestables, de mentes maltratadas. Danny era el chico nuevo, el chico desgarbado, delgado e insolente, de mirada profunda y desafiante. Pasó la mitad de las noches durmiendo en la camilla de la enfermería. La otra mitad siendo golpeado, sintiéndose culpable, buscando su castigo.
Porque Maddy se fue por culpa suya. ¿Verdad? ¿Por qué si no? ¿Por qué le dejó solo?
Decidió que no quería morir hace unos 5 meses, cuando uno de los chicos le apuñaló en el baño con el cepillo de dientes. Decidió que no sería violado unas noches después, cuando uno de los guardias entró en su habitación, aún convaleciente.
Los tópicos existen porque suelen ser ciertos. Las cárceles son puertas al Infierno. Danny reunió las fuerzas necesarias para su propio exilio cuando aquel tipo comenzó a desabrochar sus pantalones. Y aquella noche, Danny se dijo basta. Dijo "no puedo más, no voy a consentirlo", sin que sus labios pronunciaran las palabras.
Toda su ira, todo el dolor, impactaron de lleno en esa risa, hasta quebrar los dientes de ese guardia y robarle las llaves. Corrió, sin rumbo, con el pijama gris de presidiario, joven, perdido, huyendo de sí mismo para enfrentarse a un mundo peor. Más muerto y más podrido.
Han pasado los meses. Danny llegó a Las Vegas porque aún se niega a dar a Maddy por perdida. Porque aún la busca. Porque cada paliza, cada mamada en un cuarto de baño, cada noche en albergues y en iglesias, le acercaban a ella. Porque allí fue, ¿verdad? Maddy se fue a Las Vegas.
Y Danny va a encontrarla. O encontrarse a sí mismo.
Extras
A Danny le gusta la lluvia. Las tormentas. Ese cielo partido, lleno de nubes negras, justo antes de diluviar. Disfruta del silencio, que llena de recuerdos, de esa nada tan tibia que acaricia nublando tus sentidos, apagando tu mente. Le gusta la noche, los sitios solitarios, los callejones, las cajas de cartón que pueden ser su cama, su refugio. Le gusta el agua fría, la leche, esas cosas estúpidas que te hacen sentir niño, que recuerdan tu hogar. Las zapatillas, los pijamas, las chimeneas. La navidad. Pero aún así, muchas le duelen.
Le gusta mantener ciertas distancias. No llegar a "conectar" realmente. Ser un desconocido. No hablar de Maddy, guardarla dentro, no compartirla. No hablar de su pasado, de la leucemia.
Sin embargo, y aunque parezca absurdo, ama los hospitales. El olor a antiséptico. Los médicos. El dolor. El dolor controlado. Ese recuerdo del pasado que le recorre cuando algo le hace daño, pero le hace sentir que puede superarlo, que va a superarlo, que puede navegarlo, hasta fundirse en él. Hasta no sentir nada.
Ese dolor, intenso, pero breve, le hace sentir pequeño pero a la vez tan grande. Tan fuerte. Si contiene el dolor, si lo recorre, se siente vivo. Fuerte. Más fuerte que esos otros, imponiendo las reglas a su cuerpo. Más fuerte que ese él, anterior, que siempre tenía miedo.
Le gustan las personas seguras, dominantes, con personalidad. Pero a las vez se aleja, evitándolas, sintiéndose a la vez atraído y amenazado, manteniéndose alerta pensando lo peor de todo el mundo y de sus intenciones.
Es compasivo y comprende a los débiles, sintiéndose hermanado. Pero odia a los quejicas. A los que nunca cambian nada y esperan que algo cambie.
No ha logrado adaptarse a la rutina. A la vida "normal". No más sin Maddy. La calle, sin horarios, sin casa, sin familia, le hace sentir más libre y duele menos. Prefiere dejarlo todo atrás a dejar sólo a Maddy.